miércoles, 13 de mayo de 2009

UNA PARÁBOLA ACERCA DE LA LIBERTAD


Cuentan que la señora del quinto, aquella del moño apretado y olor a neftalina, compró una jaula de oro y encerró en ella un pájaro.
Durante los primeros días el pájaro no paró de píar de tristeza, pero la conciencia de libertad se le fue escapando en el píar según fue pasando el tiempo.
Cada día iba la señora a colocar amorosamente el pienso, le cambiaba el agua y los domingos le daba manzana, pero el pájaro no podía volar.
En un descuido, se dejó abierta una mañana la puertecilla de la jaula.

Desde un árbol que había frente al balcón de su casa voló un gorrión hasta la baranda. El gorrión llevaba meses observando desde su libertad la insulsa vida de aquel pobre pájaro que no podía volar. Y ahora, viendo la jaula abierta de par en par, no entendía porqué su compañero no dejaba todo aquello atrás.

- ¡Pájaro! ¡Pájaro! - Gritó.- ¡El de la jaula!

El pájaro no respondía.

- ¡Pájaro!. - Repitió el gorrión desde la baranda. - ¿Cómo es que no echas a volar?

En su jaula el pajarillo comía manzana.

- ¡Vuela! - Gritó el gorrión desesperado.

- No quiero volar. - Contestó el pájaro. - No me gusta volar.

El gorrión no comprendía como un pájaro podía negar su naturaleza.

- Eres un pájaro, volar forma parte de ti.

- Era un pájaro. Los pájaros vuelan y yo nunca he tenido alas. Me gusta vivir así; todos los días me alimentan, calman mi sed y me cantan. ¿Para qué querría yo volar?

El gorrión miró al pájaro, encerrado en su jaula de oro, sin más ambición que esperar la manzana de los domingos. Le miraba y veía miedo. Le miraba y veía barrotes. Le miraba y no veía nada.

El gorrión marchó de la baranda y, encaramado a la copa del árbol del parque, vio como la anciana cerraba de nuevo la puertecilla de la jaula.

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